miércoles, 11 de enero de 2012

MUDANDO DE PIEL





          El sol le quemaba la piel, le cegaba los ojos con gotas de sudor que resbalaban desde su frente, y le recorrían el pecho, las axilas y las espaldas, como el cebo derretido de las velas que habían clavado sobre la tierra seca que cubría la sepultura de aquél viejo amigo a quién había despedido minutos  atrás. Marchó despacio, sin detenerse a mirar a ninguno de los que caminaban junto a él. Aprovechó la circunstancia, y dejó que la mixtura del sudor y las lágrimas, disimularan sin planearlo,  aquél llanto que le partía el corazón de tristeza.
Volvió en silencio, por ese camino que conducía a la ciudad donde alguna vez conoció el amor verdadero. Allí donde un día descubrió  que el odio era también parte de las muchas cosas que secretamente podía albergar en un costado obscuro de su ser interior. Deambuló  las transitadas calles por donde a los 20 años, buscaba el cansancio que le permitiera conciliar el sueño cuando los cigarrillos comprados en el kiosco de la plaza, no eran suficientes para llenar aquél vacío que le provocaba la soledad.
La nostalgia lo llevó por cada lugar donde había habitado desde el principio, desde que aquel centro urbano  se convirtiera en la ciudad de sus aventuras, sueños, conquistas y fracasos. El aire tenía un olor distinto, y ya no llevaba en las espaldas el peso de tantas preguntas existenciales acerca del yo y su relación con la creciente y conflictuada humanidad.
No, ya no cuestionaba nada. Simplemente, caminaba como si de repente el cuerpo no le pesara nada. Como si la brisa pudiera atravesarlo dejándole sentir en las entrañas, todos los sabores, colores y olores de una vida que parecía no pertenecerle.Como si hubiera mudado de piel. Sus angustias, temores, rencores y fracasos, eran sólo parte de un libreto cuyas hojas se las había llevado mágicamente el viento. En las manos, sólo albergaba la extraña sensación  de haber  sostenido con mucho esfuerzo, una carga tan pesada, que el alivio que le producía el verse las palmas vacías, le dibujaba sin quererlo, una sonrisa de felicidad en los labios.
El viento sopló con fuerza, y fue en ese instante, cuando las ganas de correr invadieron todo su ser. Entonces,  cerró los ojos, abrió los brazos, y sin resistirse, dejó que brotaran mansamente en sus espaldas, un hermoso par de alas.