Yo dirigí mis pasos
hacia lo invisible eterno,
y me arrojé de cabeza,
sin dudarlo,
al precipicio azul de tus promesas,
al profundo mar
de tus misterios.
Creí, como nunca antes había creído,
cuando tomaste mis manos de mendigo
hambriento
y sanaste mis ojos putrefactos
de maldad y oscuros pensamientos.
Yo recibí tu gracia,
me diste tu sustento,
me diste amor,
una nueva vida,
y aquel bendito sentimiento
al que todos le llaman fe.
Ahora voy por un camino,
ahondando la huella
que a tu paso en mi dejaste,
¡Soy libre de aflicción, y vivo!
sintiendo el verdadero amor,
aquél, con el que al mundo amaste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario